En México, el panorama de la salud se vuelve cada vez más sombrío, con un enemigo silencioso y multifacético que avanza sin piedad: el síndrome cardiovascular-reno-metabólico (SCRM).
Esta compleja interconexión de enfermedades crónicas, que afectan al corazón, los riñones y el metabolismo, representa uno de los mayores desafíos sanitarios del país, y su prevalencia se ha disparado a nivel mundial, casi duplicándose en las últimas tres décadas.
Los datos son alarmantes. En México, la obesidad, la diabetes tipo 2 y la hipertensión arterial son problemas de salud masivos que se han convertido en la tormenta perfecta para el SCRM.
De acuerdo con el endocrinólogo Jorge Yamamoto Cuevas, un diagnóstico tardío y un manejo inadecuado del síndrome cardio-reno-metabólico puede llevar a complicaciones graves, generando una enorme carga física, económica y social tanto para los pacientes como para las instituciones de salud.
La triada de enfermedades silenciosas y sus devastadoras consecuencias
Históricamente, las enfermedades del corazón, los riñones y el metabolismo se trataban por separado. Sin embargo, gracias a recientes investigaciones, se ha demostrado que estas condiciones no actúan de forma aislada, sino que se potencian entre sí. Esta sinergia nociva fue la razón por la que la Asociación Americana del Corazón (AHA) las agrupó bajo el nombre de síndrome cardiovascular-reno-metabólico.
El Dr. Rafael Guevara Corona, director médico para Latinoamérica de Bausch Health Companies, advierte que este síndrome es una «triada silenciosa» que amenaza la vida de millones de mexicanos.
Las razones son claras: no presenta síntomas evidentes en sus etapas iniciales, está estrechamente ligado a estilos de vida poco saludables y genera gastos catastróficos para el sistema de salud. Tan solo el IMSS destina anualmente más de $95 mil millones de pesos a su atención, mientras que en el sector de seguros el costo de las enfermedades crónicas creció un 106% entre 2019 y 2024.
Diagnóstico a tiempo y tratamiento integral: la clave para el futuro
El Dr. Yamamoto Cuevas subraya que la naturaleza silenciosa del síndrome cardio-reno-metabólico significa que muchos pacientes tardan más de cinco años en ser diagnosticados, a menudo cuando ya presentan complicaciones graves, como un infarto o insuficiencia renal. Por ello, consensos internacionales como el de la AHA, recomiendan a partir de los 30 años la realización de pruebas de rutina que incluyen análisis de sangre y orina, así como electrocardiogramas.
En este contexto, los médicos de primer contacto desempeñan un papel vital. La detección temprana de factores de riesgo como la obesidad, la diabetes tipo 2, la hipertensión o el tabaquismo, debe activar una alerta para realizar estudios y coordinar un seguimiento multidisciplinario con especialistas como cardiólogos, nefrólogos y endocrinólogos.
Pese a los esfuerzos, la falta de adherencia al tratamiento sigue siendo un problema global: cerca de la mitad de los pacientes con enfermedades crónicas no siguen las indicaciones médicas, lo que dispara las hospitalizaciones y los costos.
Para contrarrestar esta situación, laboratorios Grossman, del Grupo Bausch Health, ha presentado su línea cardiometabólica, con un portafolio de soluciones terapéuticas que buscan facilitar el apego al tratamiento y mejorar la salud de quienes ya viven con este síndrome.
El vicepresidente para Latinoamérica de Bausch Health Companies, Fernando Carlos Zárate Gabarrot, destacó la importancia de la accesibilidad a estos tratamientos:
«Creemos que la salud no debe ser un privilegio. Por eso, apostamos por un enfoque integral que ofrezca terapias esenciales y avanzadas, capaces de personalizar el tratamiento y generar beneficios como la reducción de eventos cardiovasculares y el retraso del daño renal.»
En última instancia, el combate al síndrome cardiovascular-reno-metabólico requiere un esfuerzo conjunto de profesionales de la salud, industria farmacéutica, autoridades, medios de comunicación y la sociedad civil. Como advierten los expertos, corazón, riñones y metabolismo están íntimamente conectados. Si uno falla, el resto se ve comprometido. La detección temprana y un tratamiento integral son, sin duda, la única esperanza para frenar su devastador avance.